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lunes, 7 de diciembre de 2015

Los viejos miedos en los nuevos medios


Hugo Vargas
-Don Jacobo, ¿se acuerda de cómo estuvo el clima de aquel día?
-Pues a mí me avisaron que soleado. Es que no traía app para checar.  
El uso de los medios comunicativos como voceros oficialistas y avales del actuar del Gobierno en turno (sin importar la escala política en el que éstos se encuentren o auto-definan) es una práctica tan común como preciada y útil sea para defender lo indefendible que hacen lo ofensores.
Los viejos heraldos de las plazas públicas que, sin importar la desecha voz, echaban a grito las noticias por las calles para todos aquellos analfabetos, en esos tiempos mayoría, que transitaban por allí, eran el medio único a través del que los comunes pueblerinos podían enterrarse de las noticias, mayormente eclesiásticas. También, los hermosos frescos italianos que mostraban las solemnes y honrosas figuras de las personalidades más importante de la época, desde los Medici hasta los Papas y los Reyes eran representados como grandes y hermosas figuras que debían de ser respetadas, y se les atribuían frases poderosas como “El Padre de la Patria” o las “Graciosas Majestades”.
Pasando el tiempo dejamos atrás esos solemnes y artísticos  medios para pasar, en épocas mucho más recientes, al uso de la radio y la televisión como medios apologistas de la verdad, de unos, de los que poseen el micrófono. Donde el mismísimo Ronald Reagan echaba, cachetes afuera, condenas contra el espantoso comunismo, de la misma manera en que Fidel Castro se pronunciaba en contra del Imperio Yanqui cada que podía en la Plaza de la Revolución. Cada uno manoteando en distintas plazas, contra distintos enemigos y distintos disidentes.
Es indudable que los cachetes de Reagan eran distintos a las barbas de Fidel (no solo en tiempo)  respecto  a la manera en que usaban la palabra. El oficialismo mediático se conserva a través del autoritarismo o la intolerancia, muy distintas éstas pero similares. La primera, ocupa y posee todos los medios de manera violenta, negando la posibilidad de que alguien más hable. La segunda, se encarga de que nadie desee hablar, que cuestionar a la mayoría sea un signo de peligro u odio, y por tanto, digno de desprecio y rechazo.  Así, vemos que en Cuba solo existían (existen) 3 medios impresos oficiales; y en Estados Unidos ser llamado socialista era (es) la mejor condena social para callar a alguien.
Esta idea sigue y se propaga en los gobiernos, requiere de actualizaciones, obvio es Rusia con RT: los Republicanos con Fox News: Venezuela y Cuba tienen TeleSUR; México a… ¿qué medio oficialista posee?
Muchos responderemos, naturalmente, Televisa, por mencionar la cabeza de la quimera.  Un medio a través del cual se difunden de manera masiva y endulzada las realidades del país. Un lugar donde las figuras políticas allegadas puedan presentarse sin miedo a preguntas malvadas o difíciles, una travesía publicitaria bastante agradable.
Sin embargo, como digo, los frescos se vuelven papel y el papel cambia a imágenes que son después transformadas a otra cosa que quién sabe qué sea pero es el nuevo Heraldo, el nuevo lienzo, el nuevo televisor y lo que desee transformarse.
El internet, un medio que parece multipolar, abierto y carente de oficialismos. Los discursos presentados allí son de toda índole, los intentos de censura son bastante mal recibidos y bien combatidos.
La magia de este medio consiste en los anónimos que pueden decir y hacer para llegar a representar lo que los medios anteriores representaban, referentes comunes de la vida pública en todos sus sentidos. Los hay desde la cultura hasta la política, pasando por la comedia y llegando a las vanidades.
¿Qué hacen los “antiguos” medios? Por instinto de supervivencia surge el intento de acercarse como si nada pasara, con una forma interesante y atractiva, pero con los mismos contenidos.
Así, vemos el uso de espacios como Twitter para patrocinar algún partido o político o lo que sea necesario. Usando sus figuras televisivas en los nuevos espacios se pretende llegar Ocasionando no más que burlas sofisticadas.
Pero las grandes cadenas comunicativas no tienen ese reconocimiento por ser pasivas ante sus competidores, que ahora toman forma de memes, Trending Topics o burlas por parte de millones de usuarios, bloggers o comunes habitantes del internet.
Usar las figuras televisivas en internet no es tan útil como usar a esos anónimos faroles de la opinión digital para guiar sus nuevas intenciones. Se han revelado listas larguísimas de twitteros que, en distintos momentos, han enviado mensajes cuasi redactados por el escritor de los espacios informativos del canal. No se trata del vulgar “peñabot” que se denuncia en burla (y en serio), sino de auténticas voces públicas que emergidos de la nada ahora pueden definir opiniones. 
Y estas prácticas se convierten cada vez en formas más sofisticadas de emisión de mensajes. Han suscitado casos de entrevistas a figuras públicas que están inmiscuidas en controversia, ellos ya no emiten, como solían hacer, un mensaje en algún programa estelar de la cadena televisiva, sino más bien van con algún YouTuber o bloggero a aclarar las cosas.  
Exigir que esto no fuera así sería, también,  negar el pluralismo que tanto agradecemos a la red, la petición de censura a personajes que se prestan para este tipo de oficialismos no puede ser a través de las mismas medidas que ellos (los viejos medios institucionalizados)  harían.  
Lo que se puede y debe hacer es exigir son medios abiertos negados a las mordazas. Es difícil pensar que los antiguos italianos pintaran como aves de rapiña las actividades de usura bancaria  que llevaban a cabo los Medici; o que un Herrado gritara que todo lo que se decía era mentira o que Zabludovsky dijera que el Gobierno había asesinado y secuestrado estudiantes.
Pero es posible, y altamente deseable, que una entrevista sea combatida con ironías, análisis, críticas  o cualquier otra forma de réplica. Que una exigencia a  Enrique Peña Nieto sea debatida con una nutrida defensa de éste, y que quien desee defender al presidente tenga el derecho de hacer, aceptando la posibilidad de ser debatido. En el “natural” desarrollo de la democracia es impensable pensar que la palabra es de alguien, y que es imposible devolverla.
-Don Jacobo, ¿se acuerda  de cómo estuvo el clima de aquel día?
-Pues yo cheque, vi que nublado, me pidieron que dijera soleado. 



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