Por Hugo Iván Vélez
La maquinaria de dominación ideológica se ha echado a andar nuevamente,
esta vez con mayor ferocidad. Los medios de comunicación tradicionales,
aquellos que logran penetrar la existencia de la mayoría de la población, son
los únicos que pueden hacer posible que la muerte de un hombre se convierta en
un circo mediático. Y, ¿qué es la muerte de un hombre? Me dirá usted, la muerte de un hombre contestaría yo, no sin
temor de las miradas caninas que arrojan espuma blanca de sus hocicos, es la
muerte de miles de circunstancias, el fin de una historia, de un rostro, de
miles de acciones que encontraron su trama en un laberinto de tiempo y espacio.
Entonces, si la muerte de un hombre representa todo eso, repondrá usted, si
cada hombre es valioso, ¿qué hay de los
miles de desaparecidos en México?, ¿qué hay de todos los restos humanos
calcinados en las fosas clandestinas? ¿No
fueron ellos, acaso, hombres alguna vez? ¿El sufrimiento de los familiares de
los 43 normalistas desaparecidos y de los asesinados es, pues, un sufrimiento
sin valor?
En
nuestra sociedad contemporánea, como decía un buen profesor, lo que no aparece
en los medios de comunicación no existe. No hace falta nombrar a las cadenas
televisivas que dominan el mercado de telecomunicaciones en México y que hacen
posible lo que Max Horkheimer y T.W. Adorno denominaron el ocio administrado.
Un verdadero aparato de dominación al servicio del poder, para usar la
terminología de Louis Althusser.
No
cabe duda de que estas cadenas televisivas han hecho todo lo posible para que
el movimiento social y el sufrimiento generado por los atroces eventos de
Iguala en Guerrero, decaiga, se esfume en el olvido de los que a diario
encienden la televisión, convirtiéndolo de esta manera en un sufrimiento sin
valor, invisible. Y es que, al criminalizar las acciones emprendidas por la
sociedad civil, al recurrir a la manipulación mediática como forma de preservar
el statu quo, al reprobar las protestas como formas de desestabilización
política y social; los medios de comunicación dominantes son los que, junto con
las fuerzas del orden, ponen de rodillas al pueblo, esa masa abstracta que solo
tiene valor mientras siga consumiendo sus productos televisivos. Al final, se
trata, como decía Gramsci de egemonia corazzata di coercizione.
En
verdad, siempre me he sentido asqueado de la forma tan banal en que hacen periodismo,
en que comunican hechos, noticias, reportajes. Yo no tendría el valor
suficiente de comunicar hechos tan
atroces como las masacres sistemáticas que ocurren en el país, dar noticia de cuerpos
desmembrados, calcinados, reducidos a cenizas negras, cuerpos que no se
asemejan a seres humanos ya, para posteriormente
pasar a la sección de deportes con una sonrisa en el rostro. Como si ese hecho
ocurrido ya y sus consecuencias, desapareciera en el mismo instante en que ha
sido pronunciado, como si ese hecho tuviera dentro de sí su propia muerte como
necesidad interna.
La
estrategia del gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto había sido desde el principio
muy clara, ésta consistía en: no comunicar a la sociedad la situación real del país
en materia de seguridad. Creía, con vigoroso fervor, que bajando el nivel de
comunicación la problemática se resolvería por sí sola. Grave error, pues la
realidad ocultada estalló como volcán en erupción al grado de que los hechos
comprueban empíricamente que su programa nacional de procuración de justicia ha
fracasado, la situación es de tal magnitud, que por primera vez en la historia como lo reconoce el
propio gobierno, ha tenido que intervenir la comisión interamericana de
derechos humanos.
En
suma a la crisis de representación política en
que está inmerso el país, el discurso del pasado jueves 27 de noviembre resulta
revelador en la medida que demuestra que la política pública impulsada ya en
2012, en materia de seguridad no había sido prioridad, lo prioritario para el presidente,
según lo demuestran sus acciones y las de su equipo, ha sido la imagen proyectada
al exterior con sus “reformas estructurales”, con la vieja pretensión priista
de que México es un barco que está saliendo a flote y que ya vislumbra el
horizonte de la modernidad.
Esta
negación sistemática de la realidad mexicana, hace posible que el presidente y su gabinete, al
igual que los partidos políticos que sólo velan por sus intereses de casta,
nieguen la realidad del otro, del desposeído, del sin voz, del que tiene que
ser tratado como un hijo y del cual el padre vela por su futuro, forma más
brutal de despotismo no existe. Sin embargo, esa gran quimera de crecimiento y de prosperidad que prometen
no existe, ni existirá, mientras se siga con el actual modelo económico
neoliberal que concentre la riqueza nacional en unos cuantos. Para los
condenados de la tierra el progreso no es algo tangible ni visible en el
horizonte, si hay algo que en verdad se experimenta en esas comunidades rurales
es la miseria y el olvido. Les ha sido arrancada la lengua y esta sangra y se
retuerce en la caliente tierra que es incendiada por el sol. Esta lengua
históricamente fue devuelta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero
hasta la fecha las condiciones en que viven esas comunidades indígenas y
rurales son de extrema pobreza, de marginación, en amplio contraste con la vida
de reyes en que viven los políticos mexicanos. Los nuevos virreyes, así es como
denomina Leo Zuckermann a los gobernadores del México actual.
Yo
no estoy en contra de los homenajes a artistas que mueren. Estoy en contra de
que los medios de comunicación cuyas transmisiones llegan a la mayor parte de
la población no asuman su compromiso con la sociedad, el no dar seguimiento,
como se lo dan a cuestiones intrascendentes como espectáculos deportivos u
otras banalidades, a las decenas de fosas que se están descubriendo en Guerrero
y en otras regiones del país. Esta tarde escuche en la televisión, en la
transmisión dedicada a la muerte de Roberto Gómez Bolaños, a una conductora a la que se le
preguntaba cuando seria el entierro,
ella contestó que probablemente al día siguiente, porque el cuerpo tenía otro
evento que cumplir. Con esa simplicidad y abyección se aborda la muerte de un
hombre en México. Se hace del dolor ajeno una forma de mero entretenimiento. ¿Y
los otros?
Tal
pareciera que el valor y la dignidad de un hombre en México en estos tiempos se
mide por su capacidad o influencia en los medios de comunicación, cuando se es
un artista o se es influyente todos los recursos para hacer de esa muerte digna
de congoja nacional, cuando se es un olvidado, como el título del filme de Luis Buñuel, que aún sigue vigente, cuando se
es un condenado de la tierra, sólo se puede aspirar a ser un dato más de las
estadísticas, si es que no has sido pulverizado por el fuego, reportado como
desaparecido, o simplemente enterrado en una fosa clandestina.