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lunes, 8 de diciembre de 2014

Los condenados de la tierra


Por  Hugo Iván Vélez



La maquinaria de dominación  ideológica se ha echado a andar nuevamente, esta vez con mayor ferocidad. Los medios de comunicación tradicionales, aquellos que logran penetrar la existencia de la mayoría de la población, son los únicos que pueden hacer posible que la muerte de un hombre se convierta en un circo mediático. Y, ¿qué es la muerte de un hombre? Me dirá usted,  la muerte de un hombre contestaría yo, no sin temor de las miradas caninas que arrojan espuma blanca de sus hocicos, es la muerte de miles de circunstancias, el fin de una historia, de un rostro, de miles de acciones que encontraron su trama en un laberinto de tiempo y espacio. Entonces, si la muerte de un hombre representa todo eso, repondrá usted, si cada hombre es valioso,  ¿qué hay de los miles de desaparecidos en México?, ¿qué hay de todos los restos humanos calcinados en las fosas clandestinas?  ¿No fueron ellos, acaso, hombres alguna vez? ¿El sufrimiento de los familiares de los 43 normalistas desaparecidos y de los asesinados es, pues, un sufrimiento sin valor?
            En nuestra sociedad contemporánea, como decía un buen profesor, lo que no aparece en los medios de comunicación no existe. No hace falta nombrar a las cadenas televisivas que dominan el mercado de telecomunicaciones en México y que hacen posible lo que Max Horkheimer y T.W. Adorno denominaron el ocio administrado. Un verdadero aparato de dominación al servicio del poder, para usar la terminología de Louis Althusser.
No cabe duda de que estas cadenas televisivas han hecho todo lo posible para que el movimiento social y el sufrimiento generado por los atroces eventos de Iguala en Guerrero, decaiga, se esfume en el olvido de los que a diario encienden la televisión, convirtiéndolo de esta manera en un sufrimiento sin valor, invisible. Y es que, al criminalizar las acciones emprendidas por la sociedad civil, al recurrir a la manipulación mediática como forma de preservar el statu quo, al reprobar las protestas como formas de desestabilización política y social; los medios de comunicación dominantes son los que, junto con las fuerzas del orden, ponen de rodillas al pueblo, esa masa abstracta que solo tiene valor mientras siga consumiendo sus productos televisivos. Al final, se trata, como decía Gramsci de  egemonia corazzata di coercizione.
En verdad, siempre me he sentido asqueado de la forma tan banal en que hacen periodismo, en que comunican hechos, noticias, reportajes. Yo no tendría el valor suficiente de comunicar  hechos tan atroces como las masacres sistemáticas que ocurren en el país, dar noticia de cuerpos desmembrados, calcinados, reducidos a cenizas negras, cuerpos que no se asemejan a seres humanos ya, para  posteriormente pasar a la sección de deportes con una sonrisa en el rostro. Como si ese hecho ocurrido ya y sus consecuencias, desapareciera en el mismo instante en que ha sido pronunciado, como si ese hecho tuviera dentro de sí su propia muerte como necesidad interna.
La estrategia del gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto había sido desde el principio muy clara, ésta consistía en: no comunicar a la sociedad la situación real del país en materia de seguridad. Creía, con vigoroso fervor, que bajando el nivel de comunicación la problemática se resolvería por sí sola. Grave error, pues la realidad ocultada estalló como volcán en erupción al grado de que los hechos comprueban empíricamente que su programa nacional de procuración de justicia ha fracasado, la situación es de tal magnitud, que por  primera vez en la historia como lo reconoce el propio gobierno, ha tenido que intervenir la comisión interamericana de derechos humanos.
En suma a la crisis de representación política en  que está inmerso el país, el discurso del  pasado jueves 27 de noviembre resulta revelador en la medida que demuestra que la política pública impulsada ya en 2012, en materia de seguridad no había sido prioridad, lo prioritario para el presidente, según lo demuestran sus acciones y las de su equipo, ha sido la imagen proyectada al exterior con sus “reformas estructurales”, con la vieja pretensión priista de que México es un barco que está saliendo a flote y que ya vislumbra el horizonte de la modernidad.
Esta negación sistemática de la realidad mexicana, hace  posible que el presidente y su gabinete, al igual que los partidos políticos que sólo velan por sus intereses de casta, nieguen la realidad del otro, del desposeído, del sin voz, del que tiene que ser tratado como un hijo y del cual el padre vela por su futuro, forma más brutal de despotismo no existe. Sin embargo, esa gran  quimera de crecimiento y de prosperidad que prometen no existe, ni existirá, mientras se siga con el actual modelo económico neoliberal que concentre la riqueza nacional en unos cuantos. Para los condenados de la tierra el progreso no es algo tangible ni visible en el horizonte, si hay algo que en verdad se experimenta en esas comunidades rurales es la miseria y el olvido. Les ha sido arrancada la lengua y esta sangra y se retuerce en la caliente tierra que es incendiada por el sol. Esta lengua históricamente fue devuelta por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero hasta la fecha las condiciones en que viven esas comunidades indígenas y rurales son de extrema pobreza, de marginación, en amplio contraste con la vida de reyes en que viven los políticos mexicanos. Los nuevos virreyes, así es como denomina Leo Zuckermann a los gobernadores del México actual.
Yo no estoy en contra de los homenajes a artistas que mueren. Estoy en contra de que los medios de comunicación cuyas transmisiones llegan a la mayor parte de la población no asuman su compromiso con la sociedad, el no dar seguimiento, como se lo dan a cuestiones intrascendentes como espectáculos deportivos u otras banalidades, a las decenas de fosas que se están descubriendo en Guerrero y en otras regiones del país. Esta tarde escuche en la televisión, en la transmisión dedicada a la muerte de Roberto  Gómez Bolaños, a una conductora a la que se le  preguntaba cuando seria el entierro, ella contestó que probablemente al día siguiente, porque el cuerpo tenía otro evento que cumplir. Con esa simplicidad y abyección se aborda la muerte de un hombre en México. Se hace del dolor ajeno una forma de mero entretenimiento. ¿Y los otros?
Tal pareciera que el valor y la dignidad de un hombre en México en estos tiempos se mide por su capacidad o influencia en los medios de comunicación, cuando se es un artista o se es influyente todos los recursos para hacer de esa muerte digna de congoja nacional, cuando se es un olvidado, como el título del filme de  Luis Buñuel, que aún sigue vigente, cuando se es un condenado de la tierra, sólo se puede aspirar a ser un dato más de las estadísticas, si es que no has sido pulverizado por el fuego, reportado como desaparecido, o simplemente enterrado en una fosa clandestina.

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